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MX-SC-DGB-BP-MC-HA0005-A
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Monsiteca articulada
Título del artículo
Estilos del cancionero en los teatros, las carpas, los salones, los burdeles y demás antros del saber
Nombre de la revista
Año de inicio
2003
Editorial
Secretaría de Cultura, Gobierno del Distrito Federal, Consejo de Crónica de la Ciudad de México, Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, UNAM
Periodicidad
trimestral
Año de publicación
2005
Nombre del autor o autora
Página de inicio
42
Número de revista
10
Contenido temático
Los antecedentes de la canción romántica se originan en la pasión operática, eso es lo que sucede en el siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX, ya que la ópera es el gusto de la clase pudiente, que permea primero en la clase media y de alguna manera a las clases populares. Hace referencia a una de las mejores novelas del siglo XIX mexicano, Los bandidos de Río Frío, en donde Manuel Payno hace una referencia a una sesión operática en el Teatro Principal cuando Marietta canta por vez primera Norma.
La belleza de la voz de los cantantes se manifiesta con Enrique Caruso en año de 1919, José Mojica, Juan Arvizu, Pedro Vargas, Jorge Negrete son los exponentes en el teatro frívolo.
La canción ranchera surge en los años 1930 con Lucha Reyes buscaba ser soprano de alta escuela y que, al perder la voz, y después recuperarla canta en las ferias de pueblo. El sonido del arrabal invade cabarets, sinfonolas, casas de citas con instrumentos de viento y voces como la de Daniel Santos, Orlando Contreras, Julio Jaramillo y otros más, “las reuniones en la azotea donde todos imitan a los cantantes de la Sonora Matancera, las fondas con sinfonola de la carretera dende el enamorado insiste en poner Linda por enésima vez, los burdeles en donde el tocadiscos o el cantante le adjudican a lo tropical los sudores del coito.
El arrabal deposita su clima sensual en la idealización del Trópico y su carnalidad fastuosa. Y Daniel Santos o Bienvenido Granda o Celio González o Alberto Beltrán son tropicales a fondo, como lo ratifican los timbales y las maracas, y lo despliega la voz que no se atreve a ser soñolienta, pero que ya en sí misma es jolgorio y seducción y una aventura más.
Ezequiel Aragón se cae bien, se cae muy bien, se siente a gusto consigo mismo. Eso no tiene que ver con su presente o su futuro, circunstancias aleatorias, sino con su ocupación nocturna de ligador de dancing y fiestas ocasionales. “Lo que cuenta en la vida, repite, es el número de acostones que cada quien memoriza antes del viaje final. Y a mí me ha ido a todísima, y no tengo muy buena memoria”. Un ligue por día, o cuatro o cinco a la semana no está mal, y todavía hay quienes reniegan de la explosión demográfica. ¿Qué les pasa? Si no hubiera tantos nos tendríamos que repartir una entre cinco. Y Ezequiel, además del ligue, padece una obsesión: ser personaje de un bolero, que su vida inspire una de esas canciones que lo trastornan, como Nosotros o Cenizas. No es falta de cariño, te quiero con el alma. Te juro que te adoro, y en nombre de ese amor y por su bien te digo adiós…El bolero es el paraíso de la dicha y de la desdicha, el ensueño que ni acaba ni empieza, la existencia acompañada por un piano y trompetas, la voz que es cuna y tumba de ilusiones y anhelos.”…