Un tema no muy explorado en la historia de la literatura mexicana del siglo XIX: el desarrollo de los lectores, lo que se relaciona, durante un larguísimo período, con la censura institucional y social. (El autoritarismo cuida de la salud moral de sus hijos). En poesía, por ejemplo, el proceso de la escritura libre es, hasta años recientes, dificultoso. Pesan demasiado las nociones de lo "prohibido" y "lo permitido", código aclarado en contadas ocasiones, pero siempre implacable, cuyo mayor éxito son los poemas que no se escriben, y que a sus autores les resultarían impensables. En lo relativo a la evolución cultural del siglo XIX, dos poetas, entre otros, dan cuenta de las relaciones entre moral y sociedad. Uno, Antonio Plaza, es absolutamente decimonónico. El otro, Efrén Rebolledo, se forma en la sensibilidad tradicional, y la revolución de 1910 le sirve si no para rehacer su sensibilidad, sí para expresarla con la libertad que le es dada. En el sentido documental, la poesía mexicana del XIX y de buena parte del XX muestra los límites expresivos y las subversiones inadvertidas. Necesitada de espacio público, la literatura entre otros paga el precio de un tono frágil y falsamente armonioso. Un poeta romántico no corre el riesgo de no recibir lecturas justas. De entrada, él ya está siendo su primer y más fervoroso lector, quien más hondamente se conmueve con el relato de sus pesares. El sentimental no les opone distancia a sus favorecedores, los involucra, los hace partícipes de la escritura. De modo inmediato, el lector se transforma en el poeta, el lector cree estar componiendo en ese instante". Pues bien, yo necesito..."; él encarna el desamparo, la fiebre de los sentidos, la certeza de que sólo se consigue entender la realidad a través de frases rimadas. A través del sentimentalismo se confirma y se renueva la moral tradicional.
