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Título del artículo
El día del derrumbe
Nombre de la revista
Fecha de publicación
1986
Nombre del autor o autora
Página de inicio
75
Número de revista
773
Contenido temático
La Secretaría de la Defensa Nacional anuncia que se pondrá en marcha el Plan DN-III de “ayuda a la población en caso de desastre”, utilizado antes en San Juan Ixhuatepec y el Chichonal, pero el plan no se aplica, y las autoridades nunca explican la razón.
Los altos funcionarios y los locutores de radio y televisión repiten cada tres minutos: “No salgan de sus casas, quédense allí, ¿a qué van a los sitios de desastre? No contribuyan a la confusión. No se muevan”. En lugar de esto, el impulso humanitario se convierte en decisión civil y desoyendo la solicitud de reclusión, la gente aprovisiona albergues, organiza ayuda, recompone la fluidez ciudadana. Esto salva vidas, compensa psicológicamente a la población.
El voluntariado juvenil se consigue palos, barretas, palas, zapapicos y se cavan hoyos por donde sólo pasa el cuerpo y aparecen “Los Topos”, que cavan en condiciones de extrema dificultad, extraen a los cuerpos en descomposición arrastrándose por pasillos improvisados, aprenden a cortar y usar el soplete, sin recursos, sin ideas de los métodos de salvamento, se llega a los lugares desorganizadamente y mucho se resuelve sobre la marcha, y mucho no se resuelve jamás.
Millones de personas captan las fragilidades de la ciudad, del gobierno, de la sociedad visible y admiran su considerable capacidad de generar soluciones al instante, con la cadena de manos, picos y palas, con palabras de consuelo, con adquisición de medicinas y herramientas, con guisos caseros, con recorridos urbanos. El reconocimiento integrado de una debilidad y de una fuera colectivas, ilumina las escenas de horror y los sucesivos desastres de agua, drenajes, energía eléctrica, aprovisionamiento de víveres.
Los habitantes del D.F. califican al gobierno de pragmático y represivo, reacio a toda crítica y a las labores de equipo, hecho de proyecto a corto plazo. El miedo y la incertidumbre de todos los días se traducen en desconfianza hacia los responsables institucionales de la seguridad.
Se consigue aprovisionar a los albergues, localizar familiares, distribuir la ayuda en los campamentos instalados, organizar el rescate, acordonar los sitios riesgosos no ocupados por el ejército; el sábado 21 el Regente Ramón Aguirre se opone a la acción dispersa de los voluntarios y el lunes 23 se emite la consigna: normalización, es decir, regreso al antiguo autoritarismo, a la obediencia ante el caos oficial, a los voluntarios se les niegan facilidades, se les trata con aspereza, su misión está cumplida, pueden irse a sus casas, no se les necesita y ya no se les necesitará.
La gravedad del terremoto en la Ciudad de México, rebasó a los partidos políticos. Ninguna organización partidaria fue determinante en las semanas del rescate y tampoco figuraron demasiado en la organización de las demandas. Los partidos carecen de respuestas ante el terremoto. El PRI a quienes nuestros impuestos habilitan de los mayores recursos apenas pudo enviar camionetas, o lo peor, diputados haciendo el ridículo queriendo tranquilizar a la gente, desbandar, desmovilizar y en juntas y asambleas de damnificados, sus representantes son objeto de repudio
Detrás de una sociedad inerte y convencional, se descubrió la dinámica de grupos y sectores, combinados desigualmente, la mayoría suspendidos por la censura, en sus manifestaciones críticas y creativas. En el proceso de la ayuda hubo triunfalismo, pero fue breve y muy localizado. La precaria sociedad civil no quiso repartirse el Zócalo, sino atender albergues, calles, edificios en ruinas, huérfanos y heridos, necesidades alimenticias y de salud.
Lo hermoso de las primeras jornadas fue, que miles expusieron su vida por desconocidos, los jóvenes se entregaron con pasión a riesgosas tareas civiles y expresaron con hechos, su necesidad de comunidades democráticas y por unos días, verificó con responsabilidad y audacia, el alcance de sus poderes.

