“En el siglo XIX, al revés de los conservadores (acres enemigos de hacer reír, en tanto poseedores de la Verdad) los liberales acuden al humor -laboratorio de las ideas- para garantizar la permanencia de sus palabras y sus trazos. Poemas, crónicas y dibujos satíricos arraigan con mayor facilidad que los razonamientos muy elaborados y difunden con excelencia las nuevas ideas y creencias. Entonces el humor, género secundario de la perspectiva cultural, cumple numerosas funciones: exhorta, ameniza, es recordatorio ético, llama a la prudencia y la contención”
