“En 1906, el cronista Luis G. Urbina examina la incierta rebelión de las masas, e intuye en quienes sueñan con las maravillas de la pantalla un alma colectiva que aduerme sus instintos y sus brutalidades, acariciada por la mano de la ilusión, de una ilusión infantil que la transporta y eleva por encima de las groseras impurezas de la vida”.